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Extienda su mano en busca de ayuda, quiero que la mano de A.A.R.A.
Este siempre allí. Y por eso: Yo soy responsable!

Cuando el amor es una adicción

Decenas de mujeres enfermas física y emocionalmente, por amar más de la cuenta, se reúnen para apoyarse mutuamente en su proceso de rehabilitación de adicción al amor. Historias de adictas confesas. FUENTE: EL TIEMPO

Decenas de mujeres enfermas física y emocionalmente, por amar más de la cuenta, se reúnen para apoyarse mutuamente en su proceso de rehabilitación de adicción al amor. Historias de adictas confesas.

Por: REDACCIÓN EL TIEMPO

11 de septiembre 2008 , 12:00 a. m.

A Margarita* su exceso de amor le hizo salir ‘letreros’ por todo el cuerpo y no es una exageración. La manera como se relacionaba esta abogada de 48 años con quien fue su esposo durante 18, la llevó a somatizar su incapacidad mutua para disfrutar de su intimidad emocional con graves alteraciones en el colon, temporadas de compulsión o de inapetencia por la comida, caída del pelo y un sinnúmero de alergias. Una de las más curiosas fue, precisamente, el dermografismo, la aparición de extrañas marcas en su cara, cuello, brazos y piernas. «Parecían escritos árabes que me invadían sin siquiera rascarme y no me daba cuenta, solo hasta que la gente me lo decía. Una enfermedad muy simpática», explica Margarita, como muestra inequívoca de que ya aprendió a reírse de su dolor.

Ella es una de las mujeres que llevan más de ’24 horas’ asistiendo a Adictas Anónimas a las Relaciones, un grupo de apoyo para las enfermas de amor, creado hace 13 años en Colombia y que tiene ahora cerca de 100 firmes integrantes. Firmes y resueltas, porque no bajan la guardia en el empeño de su recuperación y al menor asomo de mejoría no dejan de asistir a ‘terapia’, ellas siguen su programa, semejante al de Alcohólicos Anónimos, porque viven un día a la vez. Un «solo por hoy».

Y el «solo por hoy» de Camila*, una estudiante de 22 años, le roba una grata sonrisa. «Sí, ya cumplí 24 horas» y lo celebra chocando las palmas de sus manos y saltando como un resorte, en ese pequeño salón en una casa del barrio Chapinero donde se reúnen varias veces a la semana para apoyarse en su pena. Allí, la valiente de turno sentada en ‘la silla de la sinceridad’ comparte sus cuitas, en una especie de catarsis que le desintoxica el alma e invita a las otras, las más silentes, a hacer lo propio. Y lo logran, por el simple hecho de estar rodeadas de otras mujeres con historias de vida similares, por eso tras escucharse ya no se sienten como bichos raros, algo que les da fuerza para reconocerse sin tapujos como adictas a las relaciones.

Como lo dicen ellas (Margarita y Camila) casi al unísono, el anonimato abriga su programa y por eso mujeres de toda clase se reúnen allí para tratar de recuperarse de la enfermedad de manera casi incógnita, porque no están obligadas a identificarse con rigurosidad (basta con un nombre y la inicial del apellido), ni dar detalles de su profesión, dónde viven y menos los nombres de las personas involucradas en su conflicto. Ellas, simplemente, van allí para poner en común sus experiencias, identificarse con las de otras y tratar de liberarse de su obsesión. Por eso una de sus reglas es no hablar de las mujeres que ven en sus reuniones ni mucho menos hacer de sus tragedias personales el más suculento plato en las charlas con sus amigos. Al fin y al cabo todas, como dicen por ahí, tienen rabo de paja. Y los hombres, obviamente, así los adoren, tienen prohibido el acceso a este recinto.

Pero ¿En qué momento un amor se torna adictivo? El libro Mujeres que aman demasiado, de la autora Robin Norwood, se convirtió en su texto de cabecera y fue el que en últimas inspiró la existencia de este grupo. Margarita dice que no se lo leyó sino lo lloró y a escondidas, porque el círculo intelectual en el que se mueve la habría visto con repugnancia, «me hubieran quitado hasta mis créditos», dice con mirada burlona.

Camila se lo devoró sin asomo de pudor. Ella, llegó a esta ‘oficina’ hace casi tres años hastiada de la vida, porque sentía que respiraba solo por y para su pareja. Por eso celebra el hecho de que haya pasado un día en que no lo llama y no se muere de ganas por saber qué está haciendo, con quién anda, por qué no la busca y tampoco se descose con los ‘castigos’ con que la mortificaba como la ley del silencio o llamarla torpe o estúpida cuando llega tarde a alguna de sus citas. «Y lo mejor, ya no siento que me los merezco, ni se lo permito», declara victoriosa esta jovencita que recobró sus ganas de consentir a su niña interior, como le recomienda Margarita, una de las más veteranas del grupo. Por eso volvió al gimnasio, ya no se siente egoísta si se compra una blusa y se dio cuenta de que amar en exceso a otros la hacía olvidarse de sí misma.

A la conversación se suma María*, que parece que viajara rápido por la vida: a los 32 años tiene dos hijos, dos separaciones encima y reconoce, ya sin tanto trabajo, que no podía vivir sin un hombre al lado desde que tenía 13 años. «Lo máximo que podía permanecer sin novio era un mes porque me aterraba la soledad», explica esta espigada morena, excelente estudiante, campeona de baloncesto, que a los 16 años quedó embarazada y luego de su primera separación se unió a un hombre que casi le doblaba la edad, que la obligó a poner distancia de su primer hijo y con palizas diarias le dio su mejor muestra de amor. «Me acostumbré al maltrato físico y psicológico de mis parejas, pero aun así terminaba una relación y salía en busca de otra peor», dice ella, quien admite que por haber pasado de la cuna a la cama doble se volvió dependiente e incapaz hasta de hacer la más mínima vuelta sola, como pagar los recibos de los servicios o asistir a las reuniones del colegio de sus hijos.
Ahora María, como Margarita y Camila, se encuentran en un momento liberador, recobraron su autoestima y comenzaron a vivir otra vida, porque, como ellas insisten, experimentan el delicioso dolor del renacer. Son adictas en rehabilitación. «Con mi dinero estoy pagando los trámites de mi separación, adelanto una maestría y me siento feliz, porque sola estoy respondiendo por la educación de mis hijos. Me siento una mujer útil», dice María, y Camila insiste que con este programa entendió por qué le encantaba sentirse como la ‘salvadora’ de los hombres y apelaba a distintos recursos para crearles la necesidad de su presencia. Y recuerda cómo su novio, un compañero de la universidad, con su discurso de alguien a quien le había ido mal en anteriores relaciones la sedujo al instante.»Y yo, por dármelas de redentora, terminé una relación de tres años y me cuadré con él», se reclama aún con cierta rabiecilla esta trigueña, que gracias al apoyo de una madrina -una figura con la que también cuentan las otras mujeres- no ha recaído, porque puede llamarla como un alcohólico que se ahoga en la desesperación en sus momentos de flaqueza.

Y Margarita, una de las líderes del grupo que ya extendió sus brazos a Barranquilla y Armenia, se siente menos sola que cuando tuvo pareja y apenas hace algún tiempo se dio cuenta de su gusto por hombres ausentes: a su novio de adolescencia, recuerda, le importaba más fumar marihuana que estar con ella y el de la universidad, que se deshacía con la vida truculenta de la Ana Karenina del escritor Leon Tolstoi, no le bastaba con que Margarita tuviera intentos de suicidio y parecerse a la protagonista de esta novela, pues le importaba más esa historia de imprenta que la de ella. Pero, sobre todo, a Margarita ya no le salen letreros que hablan de su tragedia personal. Ella aprendió a hablar y a reconocer que es una adicta al amor en proceso de recuperación.

¿C siente adicta al amor…?

Una de las promesas de recuperación de las adictas al amor es preguntarse qué tan buena es la relación que están viviendo y si les permite crecer. Pero antes de eso, lo más difícil, es reconocerse como enfermas por amar demasiado. Estas son algunas preguntas para establecer qué tan mal está su corazón.
¿Mientras crecía sintió que sus necesidades de amor y protección no eran suficientemente satisfechas y que le tocaba asumir responsabilidades de adulta?

¿Trata de compensar esa necesidad insatisfecha proporcionando afecto, en especial a hombres que parecen de alguna manera necesitados?

¿Hace cualquier cosa para evitar que una relación se disuelva y sentirse abandonada?

¿Es muy difícil estar sin pareja aunque tenerla le cause mucho dolor?

No la atraen los hombres amables, dignos de confianza, estables y que se interesan por usted. ¿Esos hombres ‘agradables’ le parecen aburridos?

¿Está dispuesta a aceptar mucho más del cincuenta por ciento de la responsabilidad y los reproches en cualquier relación?

¿Cuando se enamora siente que nada es demasiado problemático, ni tarda mucho, ni es muy costoso si ‘ayuda’ al hombre con quien está?

Si contestó afirmativamente tres preguntas va en camino de tener serios problemas para relacionarse saludablemente especialmente con los hombres. Si contestó sí a más de cuatro, necesita ayuda.
¿Dónde pedir ayuda?
Adictas Anónimas a las relaciones. Tel 315 374 3746. 315 294 2343. (Bogotá). www.adictasanonimasalasrelaciones.wordpress.com

Por: Flor Nadyne Millán
* Los nombres de las mujeres se cambiaron para proteger su identidad.

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